¡Encuentre a Dios!

Por Francis Frangipane

Hay solo una razón que impide que la mayoría de las Iglesias prosperen espiritualmente. Todavía tienen que encontrar a Dios.

La santidad procede de buscar la gloria de Dios
“¿Como podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” (Juan 5:44) Si desplegamos nuestra espiritualidad para impresionar a los hombres, si todavía buscamos recibir honra de los demás, o si todavía procuramos parecer justos, o especialmente “ungidos” ante la gente, ¿podemos decir con sinceridad que caminamos cerca del Dios vivo? Sabemos que tenemos una relación correcta con Dios cuando el hambre que sentimos por Su gloria hace que nos olvidemos de las alabanzas humanas.

¿No se desvanece cualquier gloria ante la luz de Su gloria? Tal como Jesús desafío la autenticidad de fe de los fariseos, así lo hace con la nuestra en la actualidad: “¿Como podes vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros?”

Que consuelo tan mediocre es la alabanza humana. Y sobre tan frágil fundamento edifican los mortales su felicidad. Considere lo siguiente: pocos días después que los “Licaonienses” en Listra pretendieran adorar al apóstol Pablo, se congratulaban de haberlo apedreado. (Hechos 14:11-19). O piense en este otro caso: No fue en la misma ciudad donde le dieron la bienvenida a Jesús con cantos y alabanzas como “Rey. . . manso, sentado sobre una asna” (Mat. 21:5-9), en donde menos de una semana después la multitud grito: “¡Crucifícale!” (Lucas 23:21). ¡Buscar la alabanza de hombre es caminar sobre un mar de inestabilidad!
 

Debemos preguntarnos cuál es la gloria que buscamos en esta vida: ¿la de Dios o la nuestra? Jesús dijo: “El que habla por su propia cuenta su propia gloria busca” (Juan 7:18). Cuando hablamos por nuestra cuenta, ¿no estamos buscando la alabanza que solo pertenece a Dios? Procurar gloria para nosotros es caer temerariamente en la vanidad y el engaño. “Pero – continuo Jesús – el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero y no hay en él injusticia” (Juan 7:18). La misma nobleza de corazón que hizo verdaderas sus intenciones debe convertirse en norma para nosotros también. Porque en la medida en que buscamos la gloria de Dios, nuestras motivaciones serán puras. ¡Solo en la medida que moremos en la gloria de Dios, quien nos envía, evitaremos la injusticia en nuestros corazones!

Por lo tanto, empeñémonos en buscar la gloria de Dios, y hagámoslo hasta que Le encontremos. Al contemplar la naturaleza de Cristo, al verlo a Él con nuestros ojos, diremos como Job “me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:1-6). Al ser bañados por Su gloria, seremos limpios del deseo de buscar la gloria del hombre.

Si realmente lo encontramos, nadie tendrá que decirnos que seamos humildes. No será necesario que alguien nos convenza de que nuestra vieja naturaleza es como un trapo de inmundicia. Al encontrarlo, las cosas que hoy son tan estimadas a los ojos humanos, llegaran a ser detestables a nuestra vista. (Ver Lucas 16:15).

¿Que puede ser más importante que encontrar a Dios? Tómese un día, una semana, o un mes y no haga nada más que buscarlo, siendo persistente hasta que lo encuentre. El ha prometido: “Me buscareis y me hallareis, porque me buscareis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13). Encuentre a Dios, y una vez que lo tenga, tome la determinación de vivir el resto de su vida procurando Su gloria. ¡Al tocarlo a Él, algo cobrara vida en usted – algo eterno, algo Todopoderoso! En lugar de menospreciar a la gente, procurara exaltarla. Habitara usted en la presencia de Dios. Y será usted santo, porque El es santo.

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El mensaje que antecede fue adaptado de un capítulo de La Santidad, La Verdad y La Presencia de Dios por Francis Frangipane. Publicado en español por Editorial Desafío. Este junto a otros materiales actualmente a precios especiales.

 

 

 

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