1. Del Desamparo a la Exaltación: La Respuesta del Padre a Su Hijo
El Salmo 22, inicialmente una expresión de profundo sufrimiento, se transforma en un canto de victoria y adoración que encuentra su cumplimiento en Cristo. El clamor de Jesús en la cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Sal 22:1; Mt 27:46), se convierte en la base para la glorificación que el Padre le otorga al resucitarlo. Esta acción divina confirma su identidad como el Hijo amado y sella la victoria sobre el pecado y la muerte.
La resurrección, descrita en Hechos 2:24 como el acto en el que “Dios lo levantó, sueltos los dolores de la muerte”, es la respuesta directa del Padre a las súplicas de Cristo (Heb 5:7). En este cambio radical, el foco pasa del sufrimiento individual a la invitación colectiva de la adoración.
2. La Formación de un Nuevo Pueblo: Los "Hermanos" de Cristo
El cumplimiento de Isaías 53:10, donde el Mesías “verá linaje” tras su sacrificio, tiene un eco poderoso en el Salmo 22:22: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos”. Estos hermanos no son simplemente descendientes de Israel, sino un pueblo redimido por su sangre, como afirma Hebreos 2:11: “No se avergüenza de llamarlos hermanos”.
Cristo establece una comunidad cimentada en su sacrificio, cuya identidad se define no por la sangre terrenal, sino por la filiación divina (Jn 1:12). Este “linaje” espiritual se convierte en testimonio de la victoria del Mesías, mostrando cómo el dolor de la cruz generó una familia eterna.
3. La Prioridad de Cristo Resucitado: Anunciar el Nombre del Padre
Tras la resurrección, el deseo urgente de Jesús no es simplemente proclamar la salvación, sino dar a conocer el nombre del Padre. “Anunciaré tu nombre a mis hermanos” (Sal 22:22) refleja su misión constante de revelar la gloria divina. En su ministerio, declaró: “He manifestado tu nombre a los hombres” (Jn 17:6), pero esta revelación alcanza su punto culminante en la cruz, donde la justicia y la misericordia de Dios se entrelazan de manera perfecta.
El mensaje del ángel en Marcos 16:7, “Id, decid a sus discípulos… allí le veréis”, destaca esta prioridad: Jesús deseaba reunir a sus hermanos para reafirmarles el poder y fidelidad del Padre.
4. La Adoración Expansiva: De un Grupo Pequeño a Todas las Naciones
El Salmo 22 detalla cómo la adoración comienza con un grupo reducido: “Los que teméis a Jehová, alabadle” (Sal 22:23). Este círculo inicial se expande hasta incluir “todos los confines de la tierra” (Sal 22:27), un cumplimiento profético del mandato de Jesús: “Id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28:19).
La cruz se convierte en el centro gravitacional que atrae a la humanidad: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn 12:32). La obra redentora de Cristo une a personas de todos los tiempos y lugares en un solo acto de adoración.
5. Satisfacción y Vida Eterna: La Promesa del Mesías a Sus Hermanos
La obra de Cristo no sólo nos lleva a adorar, sino también a experimentar una profunda satisfacción espiritual. “Comerán los humildes, y serán saciados” (Sal 22:26) apunta a la provisión eterna que encontramos en Jesús, el pan de vida (Jn 6:35).
Además, la promesa de “vivirá vuestro corazón para siempre” (Sal 22:26) enfatiza la vida eterna que Cristo asegura para sus seguidores. Esto trasciende las necesidades temporales y apunta hacia una comunión eterna con Dios, un tema central en Juan 5:24: “El que oye mi palabra… tiene vida eterna”.
6. El Gobierno de Cristo: Todas las Naciones Bajo Su Reinado
El salmo proclama que “de Jehová es el reino, y él regirá las naciones” (Sal 22:28). Esto alude al señorío universal de Cristo, confirmado en Filipenses 2:9-11, donde se declara que “toda rodilla se doblará… y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor”.
Este reinado no es forzado; es el resultado del reconocimiento de las naciones del sacrificio redentor de Cristo. La conversión comienza con “recordar” la cruz y “volverse a Jehová” (Sal 22:27), una invitación abierta a todos los que buscan a Dios con sinceridad.
7. Adoración Universal: Cristo Como el Centro de Todo
El Salmo 22 culmina con una visión de adoración que trasciende el tiempo y el espacio. “La posteridad le servirá… a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto” (Sal 22:30-31) encapsula la misión eterna del Evangelio. La obra redentora de Cristo será proclamada a todas las generaciones, asegurando que su gloria jamás será olvidada.
Incluso los “que descienden al polvo” (Sal 22:29) se postrarán ante él, confirmando que ni la muerte puede apagar la adoración al Mesías. Esta verdad resalta la supremacía de Cristo, quien tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Ap 1:18).
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